POLITIQUERÍA CLIMÁTICA

Por Víctor Sorribas Alejaldre. Catedrático de Toxicología de la Universidad de Zaragoza.

El hecho de que la ONU organice desde 1995 una conferencia anual sobre cambio climático, la última de ellas en Glasgow, denota la gran importancia que este asunto tiene para la humanidad. Sin embargo, los fracasos de estas cumbres son inveterados, debido a que las medidas que se deberían acordar son impopulares y los efectos beneficiosos solo serán observables a largo plazo, lo cual es la peor conjunción en política. Se puede comprender, por lo tanto, que, si ese fracaso político ocurre entre lo que es la ‘crème de la crème’ de la política mundial, en la nacional y la provinciana solo reine el desastre y el mayor de los bochornos.

Por ejemplo, la ciencia y la tecnología han demostrado que la principal causa del cambio climático es la acumulación de gases de efecto invernadero, como dióxido de carbono (CO2), metano, óxido nitroso y varios gases fluorados. No todos los gases son igual de perjudiciales, ya que, aunque solo el 1% de los gases es metano y casi el 99% es CO2, ese metano produce más calentamiento que todo el CO2. Es decir, no debemos actuar contra todos los gases con la misma intensidad, sino con estrategias bien dirigidas, algo que todavía no ha ocurrido.

Las consecuencias catastróficas del cambio climático son bien conocidas, y actualizadas a diario por las principales revistas científicas, como ‘Nature’, ‘Science’ y muchas otras, así que no las repetiré aquí. Sin embargo, el desastre climático no es irremediable, y contamos con algo bueno: conocemos las causas y sabemos cómo actuar contra ellas. Por desgracia, para eso necesitamos políticos egregios, que hoy en día no existen. Por ejemplo, para reducir las emisiones de CO2, hay que frenar el despilfarro de combustibles fósiles y la deforestación, entre otras medidas. Sin embargo, se sigue fomentando el transporte de mercancías por carretera, los coches a combustión con solo un ocupante siguen saturando las carreteras y ciudades, y las energías limpias se imponen como negocio, sin ordenación alguna ni importar la destrucción de ecosistemas, aves y paisajes. No solo no reforestamos al ritmo que se debería, sino que se opta por acabar con los últimos valles vírgenes del Pirineo para crear pistas de esquí inviables por falta de nieve. En cuanto al metano, mucho más peligroso que el CO2, tiene como principal fuente la ganadería, actividad que, además, contamina los acuíferos cuando se concentra en macrogranjas, y promueve la deforestación al necesitar inmensas superficies de cultivo para alimentar a los animales (sin mencionar los otros problemas, como la sa-lud de los consumidores, otras contaminaciones, olores, sufrimiento animal, etc.), pero la mayoría de nuestros políticos siguen promocionándola y autorizando nuevas granjas sin el menor pudor, como si las áreas rurales solo sirvieran para eso.

El necesario cambio de actitud de políticos y ciudadanos con respecto al cambio climático es muy difícil porque lo impide la característica que, durante millones de años, nos ha permitido sobrevivir: el egoísmo genético. La educación, la política y las leyes existen para limitar, precisamente, los efectos del egoísmo individual en la sociedad. Por lo tanto, cuando los políticos tienen desatado su propio egoísmo, el mayor de los caos puede surgir, ya que jamás tomarán medidas que arriesguen su éxito electoral, como son las necesarias para luchar contra el cambio climático, medidas impopulares que solo producen beneficios en décadas. Y mientras tanto, los organismos académicos como las universidades, generadoras del conocimiento actual del cambio climático, en lugar de ser el azote de los políticos incompetentes para dejarles en evidencia y, así, meterles en vereda o ser cambiados, simplemente callan o se limitan a colgar carteles políticamente correctos sobre los manoseados ODS.

Solo una actuación al unísono de políticos honestos de todos los partidos y países, con criterios objetivamente científicos, y con el fin de velar por el bienestar de las futuras generaciones y en muchos países a la vez, podría detener el cambio climático; pero eso es la mayor de las utopías.

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